¡El placer de tener un auto!
Retrato mio segun el pintor cubano Montebravo |
Ventana Cubana. Uno de mis cuadros de Lourdes Gomez Franca |
Por Mari Rodríguez Ichaso
Por supuesto, en Cuba siempre teníamos un carro -y en él papi nos llevó a
conocer la isla de punta a punta. Pero cuando llegó el momento de aprender a
manejar, no lo hice.
Cuando tenía edad para ello ya vivíamos exilados en Miami y como fuimos muy
pobres los seis años que vivimos allí después de nuestra salida de Cuba -no
podíamos comprar carro, ni pensar siquiera en esa posibilidad. ¡Algo que en
Miami es una absoluta necesidad! Pero así era la cosa entonces para los recién
llegados 'refugiados cubanos' -y nos tuvimos que arreglar usando ‘guaguas’ -y
con la ayuda de buenos amigos que nos hacían el favor de llevarnos y traernos
en sus carros de vez en cuando.
Después mi hermano León se compró un cacharro por 25 dólares, cuya puerta
se cerraba con una soga -y nos retratamos junto a él nada menos que en el
Palacio de Vizcaya de Miami, vestidos todos con nuestras mejores ropas (¡me
parece estar viendo aquel momento!)- y con gran alegría le mandamos a Cuba la
foto a papi, muy orgulloso mi hermano de tener ‘su’ primer carro. ¡El sueño
americano comenzaba!
Después, ya viviendo en NYC, y con una situación económica mucho mejor y
más estable, yo seguía sin saber manejar. Y como ya no hacía falta tener carro,
porque la ciudad no se presta a ello, y son poquísimos los neoyorquinos que
viven en Manhattan y tienen auto -¡pues nunca lo eché de menos!
Pero un día -¡alas!- mi papá me dijo que cuando supiera manejar, iba a
descubrir la libertad. ¡Y así fue! Y cuando aprendí a manejar fue
-¡maravillosa!- la sensación de independencia y de total libre albedrío que
produce arrancar nuestro carro -y seguir el camino que más nos guste. ¡Total
emancipación de todo y de todos!
Y también comprendí –tal como papi me decía- que pasear en carro y poderlo
llevar aquí y allá a nuestro antojo, es también una gran ‘compañía’, pues se
convierte en nuestro cómplice y nuestro amigo. El lugar donde estamos solos
-pero a la vez a apenas a unos segundos de nuevos mundos a descubrir.
Y así fue que -a los 30 y tantos años- mi padre me regaló su viejo carro -y
desde entonces soy una mujer libre y soberana- ¡y nunca he dejado de tener
auto!
Algo que es realmente una locura viviendo en Manhattan. Algo absurdo y
carísimo, pues tengo que guardarlo en el garaje de mi edificio, y cuesta una
barbaridad mensualmente. ¡Pero prefiero cortar cualquier gasto que dejar de
tenerlo!
Es así de fuerte mi pasión por mi libertad de movimiento. Y aunque no
manejo todos los días, como se hace en otras ciudades, uso muchísimo mi carro,
especialmente cuando salgo de noche, en que encuentro parqueo en la calle y es
más barato que tomar un taxi de ida y otro de vuelta. Y estando viva mi madre,
tanto mi hermano León como yo la sacábamos continuamente "a dar una
vuelta", a pasear a New Jersey, a restaurantes, al súper mercado, al
médico y siempre nos decía “¡Sin este carro no podríamos hacer nada de esto!
Qué maravilla es tenerlo”.
Y ahora, tanto sola como acompañada (muchas veces por mi hermano Leon Ichaso o mi buen amigo Mariano Ros) el auto es un consuelo y un aliciente,
porque sigo descubriendo mil recovecos, mil rincones -y de pronto veo un
edificio viejo en el que nunca me había fijado o un nuevo rascacielos que han
construido tan rápidamente que ni me había dado cuenta de su existencia. ¡Todos
los días hay algo nuevo! Y a veces mi hija –mi compañera en estos paseos y a
quien le gustan tanto como a mí- me dice “¡Mira, por esta calle nunca hemos
pasado antes!” ¡Que sorpresa tan agradable!
Y así hacemos excursiones a Philadelphia, a los pueblitos de New England, a
las playas de los Hamptons, a las montañas de Vermont. Y llevo a pasear a
amigos que vienen de otras ciudades y les muestro 'mi' Manhattan iluminada de
las noches.
¡Y es fascinante comprobar que todavía hay lugares que son nuevos para
nosotros después de casi 40 años aquí! Rincones con historia, calles de siglos
atrás, edificios de los 1700 que siguen estando ocupados -y el encanto de la
infinidad de barrios étnicos que me fascinan.
El primitivo barrio ruso de Coney Island, el barrio indio de Jackson
Heights en Queens, con olor a ‘curry’ y unas fabulosas tiendas de telas para
‘saris’ y joyerías; divertidos barrios italianos en Manhattan y en Brooklyn
(pizzerias de sueño, tiendas de comestibles traídos de Italia, pastelerías y
‘gelatterias’ como en Roma o Nápoles); interesantísimos barrios judíos
ortodoxos en Brooklyn; infinidad de barrios Latinos en el Lower East Side, el
Bronx o Queens; enormes barrios Coreanos en Manhattan y en Flushing -y cruzando
el río Hudson en Union City ¡una cafetería cubana llamada El Artesano donde
desayunar café con leche con tostadas como si estuviéramos en Miami!
Maravillosos mundos neoyorquinos -a donde mi carro me lleva feliz.
.........................................................................................................
Texto y foto tomado del post publicado el 28 de mayo de 2008 por Mari
Rodríguez Ichaso en su blog bilingüe.
A propósito de Mari Rodríguez Ichaso.- En los años más duros del 'período especial' (1990-95), una de mis pocas
distracciones era alquilar 'revistas del corazón'. En una librería particular
que había por la calle Buenaventura, en Lawton, a pocas cuadras de mi casa,
cobraban un peso por tres días de alquiler de una Hola, la más
demandada junto con Vanidades, porque traían novelas de Corín
Tellado. A mí me gustaba alquilar Vanidades porque estaba
ligada a mi infancia y adolescencia antes de que en 1959 llegaran los barbudos.
Pero en los 90, para leer las excelentes crónicas de viaje de Mari Rodríguez
Ichaso. Sabía que era cubana y hermana del cineasta León
Ichaso. Gracias a Mari, 'viajé' por muchas
ciudades del mundo, me 'hospedé' en los mejores hoteles y 'cené' en
restaurantes de primera. También por ella me enteré de sus encuentros,
programados o fortuitos, con estrellas del cine y la música en Nueva York.
Porque si hay una cubana que conoce y se codea con famosos de verdad, ésa es
Mari Rodríguez Ichaso. Por el New York Times me enteré que su hija, nacida de su matrimonio con el cineasta y
fotógrafo Orlando Jiménez Leal, hace tres años se casó. Ya Mari debe ser abuela
o está a punto de serlo... (Tania Quintero).